A 32 años del adiós
Revisando archivos y alertado también por uno que otro dato en Twitter, recuerdo que se cumpieron 32 años desde que jugué mi partido de despedida del fútbol profesional. Fue una fiesta que no fácil de organizar, pero que disfruté cada momento porque pude compartir en la cancha con tantos amigos que me dejó el fútbol.
Hace 32 años puse punto final a mi carrera como futbolista profesional. Fueron 18 años en los que pude conocer a mucha gente, con anécdotas buenas y otras no tanto, con momentos gloriosos, soñados y otros que no hay que olvidar, porque ayudan a crecer como persona. Fueron muchos sacrificios para conseguir mis metas y en ese camino mi familia fue fundamental para darme la fuerza necesaria.
Comencé muy chico. A los 15 años ya formaba parte del plantel profesional de Santiago Wanderers. El club siempre se portó muy bien conmigo. Cuando supieron que me casé a esa edad fue cuando formalizamos el primer contrato. Algo así como 500 escudos ganaba en la época y sólo de arriendo de la casa pagaba 350. Con mi esposa almorzábamos día por medio y era recurrente tener que esconderme en el tren para no pagar y poder llegar a entrenar a Playa Ancha. Días duros, pero sin esa experiencia y sin ese aprendizaje, no hubiera llegado a ningún lado.
Una realidad totalmente distinta fue la que viví cuando me fui a Uruguay para ser parte del Peñarol campeón del mundo. Sueldo en dólares y en un país que tenía un nivel de desarrollo increíble para la época. Jugué con tremendo futbolistas: Pedro Rocha, Alberto Spencer, Juan Joya y Pablo Forlán, entre otros.
Pocos amigos. Fuera la cancha no compartíamos mucho, pero cada vez que vestíamos la aurinegra, nos defendíamos a muerte. Había una sed de gloria que pocas veces he visto en un camarín. Recorrimos el mundo en las giras, jugábamos la fecha del torneo el sábado, en la noche nos íbamos a Europa a jugar contra el Barcelona, Real Madrid o Benfica, volvíamos a Uruguay y a la semana siguiente, íbamos a Ecuador o Brasil para la Libertadores y así se nos pasaba el tiempo. Fueron cinco años de muchos viajes.
Tuve la suerte de jugar en Brasil también. En ese momento, el Inter de Porto Alegre era un equipo grande en su región, pero chico a nivel nacional. Cuando hice el gol de nuestro primer título, el famoso “Gol Iluminado”, fue increíble. Un mar de más de 100 mil hinchas, que habían llenado el estadio desde las 10 de la mañana, estaban gritando y saltando de alegría. Es una imagen que nunca olvidaré. Las giras también eran agotadoras y el cariño que me daba la gente llegaba incluso a preocupar. Lamentablemente mis hijos tenían que ir al colegio con guardaespaldas y yo casi ni los veía. Jugábamos hasta tres partidos por semana. De repente estábamos en Porto Alegre con temperatura de 10 grados para irnos a Manaos a jugar con 40 grados y volver a Sao Paulo con 20. Recuerdo que mis compañeros siempre me molestaban porque yo tomaba once: té con tostadas a las 5 de la tarde en punto. Siempre, donde estuviésemos.
Chile, con Palestino y Colo Colo, y un paso por Estados Unidos, fueron los último destinos futbolísticos. Pero para no aburrir, dejaremos esos recuerdos para otra ocasión. Quizás hasta nos dé para un libro con más anécdotas.