Arcos
El informe Robinson
Nunca conocí a Michael Robinson, pero sentí la noticia de su fallecimiento como si fuera la partida de un cercano. De alguna forma lo era. Nunca vi jugar a este ex futbolista inglés que lo ganó todo por el Liverpool, pero su nombre, su tono, su acento y sobre todo su formidable trabajo es una influencia diaria en mi trabajo como periodista. Michael Robinson fue el productor ejecutivo, cerebro y conductor del Informe Robinson, tal vez el mejor de los programas de reportajes deportivos en habla hispana. Al menos sigue siendo mi favorito material de cabecera.
La mirada de Robinson en su programa reforzó una creencia que repito, como una oración, a quien quiera escucharme: nos gusta hablar y ver deportes porque nunca es sólo deportes. Es nuestra biografía la que entra a la cancha, toma una raqueta, se monta en una bicicleta o se lanza al agua con un chapuzón. El Informe Robinson es un colosal compendio de reportajes donde la historia es la que manda, donde el protagonista siempre es el deportista, jamás el reportero, donde el éxito y el fracaso circulan como parte de una misma moneda, solo con caras diferentes. En Informe Robinson se habló de inclusión, de la salud mental de los deportistas, se entendió que el deporte, como fenómenos social, es un movimiento político. En Informe Robinson encontramos una tabla para las respuestas que buscábamos con ahínco.
El programa era capaz de emocionar aunque relatara un hecho aparentemente lejano. Robinson comprendió que en una historia bien narrada encontrarías empatía en cualquier frontera. Te conmovía, pero jamás era morboso. No había recursos efectistas o pirotécnicos. Menos es más. En lo personal, en lo cotidiano, se esconde el mensaje universal.
Robinson no miraba con desprecio a las latitudes lejanas. En sus innumerables reportajes conocimos historias africanas, sudamericanas, zonas que a menudo en el Viejo Mundo eran miradas con distancia y hasta con desprecio.
Contó historias cercanas a Chile, como el Fútbol nacional en dictadura, en su reportaje Por la razón o por la fuerza. O el perfil de Marcelo Bielsa, que se detuvo con esmero en su experiencia en La Roja. O su monólogo, con ese castellano perfecto con irrenunciable acento británico, sobre el título de Cobresal, el milagro del desierto.
Hay piezas de alta calidad y emoción. España campeón del mundo en el 2010; la muerte de Robert Enke, el arquero alemán que un día no quiso vivir más; el recorrido de Nate Davis, un norteamericano que brilló en el baloncesto de España; los años felices de Maradona; la historia del montañista Iñaki Ochoa; las mujeres africanas que encontraron en el fútbol un refugio en una vida plagada de odio y violencia. Decenas. Cientos. Tengo la fortuna de hacer clases de periodismo en varias asignaturas. Utilizo capítulos del Informe Robinson para todo. Sin permiso. Un plagiador. Le he robado cientos de ideas. Las uso para enseñar sobre periodismo deportivo, desarrollo audiovisual de reportajes, construcción de libretos, para exhibir su notable respeto por los silencios.
Michael Robinson murió este 28 de abril del 2020. Tenía 61 años. Nunca lo conocí, ni de cerca, pero me enseñó más que cualquiera. Su apellido es marca registrada, es un adjetivo, un estilo. Robinson. No es necesaria agregar nada más. Sólo Robinson. Un premio, un halago, una inmensa alabanza.