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Una fiesta universal

La transmisión de algunos partidos de Chile en el Mundial de 1962 por parte del Canal del Fútbol, es uno de los grandes aportes a la memoria y la cultura de nuestro país en los últimos años. Pocos eventos, quizás ninguno, fue tan trascendente para esta nación como organizar el campeonato más importante de todos. Este país fue diferente a partir del 62 en todos los planos. Deportivamente, la selección alcanzó un sitial jamás igualado. Los medios de comunicación dieron el gran salto tecnológico. Apareció la televisión como el medio más masivo de todos. Las voces de radio, que ya eran importantes, alcanzaron una relevancia enorme. Los cronistas de deportes comenzaron a ser vistos con otra mirada, sobre todo porque la carrera de periodismo ya se impartía en la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Dos años antes este país había sido azotado por el terremoto más devastador que se ha registrado. En el 62, Chile estaba unido. Durante un mes todos empujaban el mismo carro y hacia el mismo lugar. Ganar era importante, por supuesto, pero no era lo único. Lo valioso estaba en organizar un buen torneo en la sede más inesperada de todas. Dejar una buena impresión. Sumar calidad. Hacer recuerdos.

En 1962 éramos otro país, uno donde el hijo del jardinero podía ser compañero de curso de la hija de un gerente.

La transmisión íntegra de algunos partidos nos sirve para ejercitar el músculo de la memoria colectiva y social. Han pasado 58 años de ese certamen. Muchos no vimos jugar a ese equipo. Nuestra obligación, al menos la de quienes nos dedicamos a este oficio, es documentarse, leer, estudiar, escuchar a los colegas más veteranos, más sabios, esos que tanto nos enseñaron en una charla de café. El fútbol no comenzó con esta maravillosa generación dorada. La transmisión de estos partidos le da una bofetada feroz a quienes levantaron falsos mitos, derrumbados por las pruebas concretas que nos otorgan estas imágenes.

Antes se jugaba lento. Falso. Los partidos se jugaban a una velocidad altísima. Correr con la pelota adherida al pie no es exclusivo de Alexis Sánchez. Jaime Ramírez y Alberto Fouilliiuox lo exhibían con destreza y elegancia. Los jugadores no eran atletas como los actuales, pero no digan que no corrían.

Los laterales no se proyectaban. Mentira. Luis Eyzaguirre y Sergio Navarro subían, al menos tres veces por tiempo. Hacían daño. Y marcaban, que era la primera de sus misiones.

Antes se pegaba menos. ¿Es un chiste? Eran verdaderas batallas campales. Los árbitros dejaban que se repartiera. Para ser justos, los nuestros daban y recibían. A Honorino Landa lo molieron a patadas desde el primer juego. A Leonel Sánchez le entraban con todo, cuando podían agarrarlo. Jorge Toro tenía una marca encima y se la sacaba con su técnica privilegiada y su inteligencia para jugar al fútbol. Los nuestros también daban. El Pluto Contreras hacía sentir su marca, formando una dupla equilibrada con Raúl Sánchez. El mejor halago para el zaguero central de Wanderers es que fue el ídolo y maestro de Elías Figueroa.

Los volantes modernos pisan las dos áreas. Los antiguos también. La primera vez que vi estas imágenes me asombré con Eladio Rojas. Su porte, su presencia, la capacidad para estar siempre bien parado, para jugar con criterio y hacer golazos. Eladio, como Arturo Vidal y Charles Aránguiz años después, hacía todo bien en la mitad de la cancha.

Chile era un equipo defensivo. Una calumnia. La Roja de Fernando Riera jugaba con tres arriba. Ramírez, Landa y Leonel. Los tres tenían capacidad de gol. Los tres podían engancharse. Súmele a Fouillioux (¿qué habría sido de Chile si Tito no se lesiona?), Toro, los dos laterales. En cada avance, al menos siete jugadores con opción de pase. En la banca Armando Tobar, Braulio Musso, Mario Moreno. ¿Defensivo? Las pinzas.

Chile fue tercero porque se le abrió el cuadro. Cae de maduro. En la primera fase la Roja jugó, en el mismo grupo, con tres rivales europeos: Italia, Alemania y Suiza. ¿Se imaginan hoy a un anfitrión del Mundial jugando la ronda inicial contra Italia y Alemania? Imposible. Después enfrentó en cuartos al vigente campeón europeo, en la mejor generación de la URSS de todos los tiempos. Ese equipo ganó la Eurocopa de 1960 y en el siguiente Mundial, en Inglaterra 1966, terminó cuarto, en el mejor resultado de toda su historia. A ese plantel le ganó Chile en Arica, con Lev Yashin al arco. En semifinales, perdió contra el futuro campeón, Brasil. Para ganar la medalla de bronce se le ganó a Yugoslavia, vigente campeón olímpico. ¿Cuadro fácil? El chiste se cuenta solo.

El Mundial de 1962 ya no es solo parte del relato de nuestros abuelos o nuestros pares mayores. Hoy lo podemos ver. Constatar. Le agradezco a los viejos sabios que me hablaron de ese equipo, porque siempre me dijeron la verdad: era un equipo maravilloso que jugaba en un país que entendió que hacer un Mundial era mucho más que organizar un torneo de fútbol.