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No había televisión por cable, satelital, digital. No había redes sociales, ni influencer, ni Instagram, ni Twitter. Quizás por eso los futbolistas a quienes admirábamos eran los que teníamos cerca. El ídolo de provincia, por ejemplo, ese que el domingo lo veías haciendo goles o atajando penales y el lunes estaba en la puerta del colegio, como cualquier hijo de vecino, llevando a sus retoños a la escuela. O el que veías en los compactos en la televisión abierta, cuando el noticiario traía noticias y el domingo arrancaba con los goles de la fecha nacional.

No se crea que todo tiempo pasado fue mejor. Nada de eso. Nada más lejos de esa sentencia. Eran años oscuros a nivel político, civil, económico, cultural y también deportivo. La bitácora no registra grandes victorias, pero algo había en esa carencia que nos convertía en personas más simples. Ir a la cancha era un sacrificio, pero también un premio. Te sentabas al lado del contrincante, del que usaba una camiseta diferente a la tuya y no pasaba nada, aparte de ganar o perder en la cancha, que por supuesto no es poco.

Ser feliz era esto. Tener canchas a disposición para que jugáramos todos, los buenos a la pelota y los que éramos más malos. No teníamos que recorrer kilómetros para encontrar un sitio enrejado, minúsculo, con pasto falso y balones de plástico.

Un día empezamos a ganar. No nosotros, sino un grupo extraordinario de jugadores. Pero no ganaron de un día para otro. Contaban con condiciones naturales privilegiadas, pero también crecieron en un país donde la búsqueda del recurso para ganar no estaba marcada por los dólares. No crean que no se quería ganar plata: todos han querido siempre ganar plata. Todos han querido siempre salir campeones. El tema es el foco, el modelo, la manera de crecer pensando en que ganar es la consecuencia de un proceso, no el inicio.

Hoy la Selección chilena pasa por un período oscuro. No se ve en el horizonte un panorama muy halagüeño. Así como la victoria se explica por un proceso, el fracaso también tiene explicaciones. El camino de Eduardo Berizzo está recién comenzando. La crítica debe ser técnica, severa, mas no definitiva ni concluyente. Es probable que las generaciones más nóveles no lo sepan, pero antes de la generación dorada a Chile le costaba mucho ganar, incluso en los períodos en que contaba con estupendos futbolistas. La tendencia en casi cien años se parecía más a este período. Quizás si volvemos al origen, quizás si buscamos como sociedad, como país, como nación, podamos reflejar eso en una cancha de fútbol. Donde los jugadores no sólo sean profesionales, sino que ojalá, muy felices.